Portugal al borde del abismo: La tragicomedia de un país extraviado

Portugal atraviesa una de sus peores crisis políticas en décadas. La caída del primer ministro Luís Montenegro, tras acusaciones de corrupción, presiona la institucionalidad democrática. En un país con un sistema político fragmentado, la moción de confianza que perdió Montenegro desvela inestabilidad. Los partidos se acusan mutuamente de intereses privados. La sombra de la corrupción acecha la democracia. Y el país se prepara para las terceras elecciones anticipadas en menos de cuatro años.
En la piel de Portugal, donde el océano dibuja cicatrices de sal y las guitarras lloran verdades de antaño, se escribe con tinta sombría otro capítulo incierto de su historia política.
En la crónica de su rumbo democrático, el país abraza un destino inquieto y electrizante.
El primer ministro Luís Montenegro vio caer su gobierno al perder una moción de confianza con la que pretendía reafirmar su legitimidad.
En el modelo de gobierno portugués una moción de confianza es un mecanismo parlamentario mediante el cual el jefe de Gobierno solicita al poder legislativo que reafirme el apoyo a su gestión.
Pero Luís Montenegro, quien pidió legitimar su liderazgo, tras ser señalado por corrupción, fue despachado. Con 137 votos en contra y 87 a favor, el primer ministro cavó su propia tumba.
El repudio a Montenegro allana el camino hacia las terceras elecciones parlamentarias anticipadas en menos de cuatro años. Y pone en ciernes los nuevos comicios para el próximo mes de mayo.
La corrupción y el desencuentro político han dejado al país en una encrucijada.
El pugilato de los partidos ha provocado una de las peores crisis de gobernabilidad. Y deja en evidencia una inestabilidad política sin precedentes desde la Revolución de los Claveles de 1974.
La Revolución de los Claveles sigue siendo un faro que despide una luz suave y esperanzadora. Aunque en su fulgor se atisban algunos destellos de resquemor.
Por un lado, trajo libertad a un país que estuvo sometido por la dictadura de Salazar durante casi medio siglo. Pero también dejó marcas profundas en la estructura política y social de la nación.
Portugal ha tenido que navegar entre continuos reacomodos en su sistema político, pero siempre bajo la sombra de la ruptura.
El 25 de Abril de 1974 no solo transformó las reglas del juego político. También sembró un sistema multipartidista fragmentado en el que las coaliciones y los pactos entre las fuerzas ideológicas son la norma.
Hoy Portugal combina elementos de un sistema parlamentario y uno presidencialista.
El Estado equilibra el poder entre el presidente de la República y el primer ministro, quien lleva el timón del país, pero necesita el respaldo del parlamento para gobernar.
En Lisboa, donde el Atlántico besa sus costas y los fados susurran dolor, se despliega un nuevo capítulo estruendoso. Y la gran paradoja de esta tragicomedia queda resumida en una palabra: hipocresía.
Con el margen democrático más corto de la historia portuguesa, Montenegro, líder del Partido socialdemócrata, arribó al poder en marzo de 2024. Asumió el cargo tras la dimisión de António Costa, quien se vio obligado a renunciar en medio de una investigación de corrupción.
Sin embargo, menos de un año después, Montenegro se enfrenta a acusaciones que han sacudido los cimientos de su liderazgo.
La sombra de la sospecha se cierne ahora sobre él. Pues ha sido vinculado a posibles conflictos de interés relacionados con una empresa familiar.
El epicentro de la controversia es Spinumviva. Se trata de una empresa de consultoría fundada por el primer ministro y ahora controlada por su familia.
Informes recientes revelaron que Spinumviva ha estado recibiendo pagos mensuales de 4.500 euros desde 2021 por parte de Solverde, un grupo de casinos y hoteles donde Montenegro trabajó anteriormente.
Estos vínculos han suscitado un gran escándalo público. Puesto que los pagos continuaron efectuándose incluso después de que Montenegro ostentara la primera magistratura.
Según la legislación portuguesa, los miembros del gobierno tienen restricciones en cuanto a la propiedad de empresas. Los funcionarios están obligados a declarar y divulgar sus activos.
Esa omisión fue el catalizador para que los socialistas y otros partidos de oposición le retiraran el apoyo a Montenegro, que gobernaba con apenas 80 escaños de las 230 curules que constituyen el parlamento.
Hoy Portugal atraviesa una encrucijada política que resuena con la melancolía de un fado.
El presidente Marcelo Rebelo de Sousa funge de garante de la democracia. Y está en consultas con las fuerzas políticas para determinar el rumbo a seguir.
Y los portugueses observan con una mezcla de desilusión y esperanza, anhelando que las próximas elecciones traigan estabilidad.
En este fado político, donde las notas de la incertidumbre resuenan en cada rincón, Portugal se enfrenta al desafío de reconstruir la confianza en sus instituciones.
La oposición, liderada por el Partido Socialista y el partido de extrema derecha Chega, ha cuestionado la integridad de Montenegro. Lo acusan de no desvincularse de sus intereses.
La situación se agravó cuando se descubrió que la transferencia de acciones de Spinumviva a su esposa era legalmente nula, lo que implicaba que Montenegro seguía siendo accionista activo de la empresa mientras ejercía como primer ministro.
Con la inminente disolución del Parlamento, todo indica que Portugal celebrará elecciones anticipadas.
En este contexto, el Partido Socialista, que gobernó durante casi una década antes de la llegada de Montenegro, podría recuperar terreno.
A pesar de haber sido golpeado por el escándalo de corrupción de António Costa, el PS sigue siendo una opción fuerte debido a la fragmentación de la derecha.
En las encuestas, ha mostrado señales de resistencia. Incluso cuando las heridas de los escándalos de Costa siguen frescas en la memoria colectiva. El PS podría buscar su redención tras la caída de Costa.
En simultáneo, el partido Chega, liderado por André Ventura, gana apoyo con un discurso populista y de mano dura contra la corrupción y la inmigración.
En las elecciones de 2024, Chega pasó de 12 a 50 escaños, consolidándose como la tercera fuerza política.
Si la derecha tradicional sigue perdiendo credibilidad, es posible que Chega logre una influencia sin precedentes en la formación de un nuevo gobierno.
Si las elecciones no arrojan una mayoría clara, Portugal podría entrar en un periodo de gobiernos inestables con pactos frágiles.
Mientras el país se debate entre el pasado socialista, una derecha debilitada y el auge del populismo, los votantes tienen en sus manos el rumbo de la nación.
Las calles de Lisboa sufren la resaca de otra noche de incertidumbre.
En los cafés de Chiado, donde antaño poetas y revolucionarios trazaban el destino de la nación, hoy se conversa con el escepticismo de quien ha visto demasiados cambios en muy poco tiempo.
“Outro governo que cai” —declaró un anciano a un medio, mientras se apoyaba en el mármol de la mesa. Es como si hablara de un viento que cambia de dirección sin previo aviso.
Montenegro, que llegó al poder apenas un año atrás tras la caída de António Costa, había prometido un aire nuevo. Un gobierno que sanearía la política lusa. Pero la realidad fue otra: una vez más, el poder respondía a intereses propios.
Y su destino quedó sellado cuando el Parlamento le dio la espalda con 137 votos en contra.
Se sabe que los portugueses volverán a las urnas. Es una rutina que ya empieza a parecerse demasiado al vicio electoral instaurado en Venezuela.
Desde el puerto de Oporto hasta los campos dorados del Alentejo, la incertidumbre se extiende como una brisa marina que nadie sabe si traerá tormenta o calma. Portugal se asoma, una vez más, al abismo de lo desconocido.
Y en la distancia, el destino del país parece balancearse entre la nostalgia de lo que fue y la esperanza de lo que aún puede ser.
El retorno de los sufragios anticipados es un síntoma claro de inestabilidad crónica.
La dificultad de consolidar un liderazgo fuerte y una cohesión política tiene que ver con ese pasado de cambios bruscos. En Portugal la democracia está en construcción, a medio hacer.
El ascenso y caída de Montenegro se inscribe dentro de una narrativa de renovación que no llegó a materializarse.
Al tomar el poder en 2024, el líder del Partido socialdemócrata se presentó como un recambio frente a los problemas que marcaron el final del mandato de Costa.
Su llegada al poder fue entendida por muchos como un retorno a un estilo político más conservador y tradicional.
Montenegro, aunque se presentó como un líder capaz de erradicar la corrupción, no logró escapar de las sombras que arrastraban sus propios vínculos con negocios familiares.
El escándalo tocó un punto sensible en una sociedad que, a pesar de sus avances, es muy sensible a las acusaciones de corrupción.
Esta es una prueba más. Los políticos siguen utilizando el poder para beneficiarse a sí mismos y a sus allegados. Lo que erosionó rápidamente la confianza en su figura.
Esta catátrofe política reaviva las dudas de siempre en torno a los políticos. ¿Serán capaces de dejar de lado sus intereses? ¿Podrán centrarse en el bien común?
La desilusión podría generar un espacio para un retorno socialista. Esto es especialmente cierto si logran capitalizar la inestabilidad de la derecha. En paralelo, Chega, se consolida con su retórica populista y de mano dura contra el propio Estado.
Si el PS y la derecha tradicional siguen fragmentados, Chega podría convertirse en una fuerza decisiva en las próximas elecciones, lo que aumentaría aún más la polarización.
La fragmentación del espectro político hace que el futuro de Portugal sea incierto. La posibilidad de un gobierno inestable con pactos débiles es una amenaza real.
Y es probable que las elecciones de mayo de 2025 sean solo el inicio de un ciclo político ininterrumpido de crisis y reorganización.